sábado, 25 de septiembre de 2010

VUELTA AL COLE

Es sábado, y es septiembre. A pesar de que todavía persiste el calor, el verano se acaba, se recogen las terrazas, sacamos la chaqueta, y el ambiente, inevitablemente, huele a vuelta al cole, vuelta a la rutina.

Estos días, me resulta inevitable acordarme de cuando era niña, no hace tantos años, no creáis, y me tocaba forrar los libros nuevos, para empezar el curso. Llenábamos la mochila hasta los topes, con los libros de lengua, de mates, de inglés, música, y aquella asignatura llamada conocimiento del medio, o cono, que era como un batiburrillo de ciencias naturales. Además de eso, nos cargábamos de cuadernos, estuches con pinturas, bolis de colores, pegamento, sacapuntas, regla, escuadra, cartabón, y hasta el compás. Me pregunto si los niños de hoy, con tanto ordenador y tanto programa informático para dibujar, seguirán usando el mítico compás.

En cualquier caso, esa estampa de vuelta al cole sólo la viví unos años, porque cuando cumplí los 9, mi vista comenzó a fallar. Cuando aquél septiembre volví a clase, y me di cuenta de que no veía bien la pizarra, a pesar de estar sentada en la primera fila, fue cuando mi vida cambió. Aquel curso, me tocó aprender a leer y escribir en braille, y mis libros dejaron de llevar grandes rótulos de colores y atractivas fotos. Pasé a cargar mi mochila, con grandes libros que no se podían forrar, ni comprar en librerías. Eran enormes volúmenes de páginas en blanco, llenas de extraños puntitos en relieve, que según decían mis compañeros de clase, te hacían cosquillas al pasar los dedos.

Aprendí a hacer multiplicaciones y divisiones en braille, a analizar sintáctica y morfológicamente las frases en braille, a leer mapas geográficos en relieve, con mis dedos. Pero igual que cualquier otro niño, tuve que estudiar duro, aprenderme los ríos de España, el pretérito pluscuamperfecto, la raíz cuadrada y el teorema de pitágoras. Me examinaba igual que el resto de mis compañeros, con la diferencia de que mis exámenes eran en braille.

Siempre fui una más entre los niños de mi clase, todos me trataban con normalidad, aunque sabían que era la niña que veía mal, igual que estaba el gordito, o el gracioso de la clase. Solo necesitaba algunas adaptaciones, como los textos y exámenes en braille, o mapas en relieve. De eso se encargaba una profesora de apoyo de la ONCE, que venía cada semana al colegio, para hablar con mi profesor y ver qué necesitaba.

Así fui creciendo, y estudiando como una más, integrada en una clase normal, con compañeros que, aunque no tenían ninguna discapacidad, ni sabían siquiera lo que significaba esa palabra, me trataban como a una igual.

Creo que de ahí proviene mi facilidad para integrarme, y mi fuerza para tratar de vivir como una persona igual que el resto, porque desde siempre me he sentido una más, sin tratos de favor, sin trabas más insalvables que las que yo misma me ponía. Ahí reside nuestra fuerza. Cuando la gente me dice que soy muy fuerte o muy valiente, que me atrevo con todo, no es cierto. Tan solo soy una persona tratando de salir adelante con lo que le ha tocado.

Y si hay alguien ahí, tenga discapacidad o no, que se sienta incapaz de salir a la calle y luchar por seguir adelante, por estudiar lo que quiera, o por encontrar un trabajo, por favor, que no se quede en casa lamiendo sus heridas. Que salga a vivir sus sueños, a tratar de ser uno más, como hice yo a mis 9 años. Porque si yo he logrado salir adelante, todo el mundo puede hacerlo.

Cada mañana es un nuevo curso que comienza, y debemos llenar nuestra mochila con ganas de salir, y comernos el mundo.

3 comentarios:

b_Pop dijo...

GRACIAS, y te lo digo con mayúsculas porque esto es lo más motivador, real y lleno de energía que he leído en mucho tiempo.

vicky dijo...

Es muy bonito todo lo que dices y transmiten mucha fuerza.

Yo, por desgracia que soy deficiente visual desde hace 4 años no consigo encontrar esa fuerza. De hecho a causda de esta discapacidad lo he perdido todo, trabajo y pareja. Y ahora a mis 46 años que hago?

Edu dijo...

Jo, Patricia... Ni que estuvieses hablando de mí... Mi historia es exactamente igual a la tuya, pero el gran vatacazo, a mí me sucedió a los 14 años. Pasé de un mes de abril, en el que podía leer casi todo con una lupa de ocho aumentos, a un septiembre del mismo año, en el que mis libros empezaron a ser en Braille y yo a caminar con bastón. Y hoy, dos décadas después, aún sigo por aquí,  (sonrisa) jejejejejeje.

¡Gracias y besos!